Ecos del destino by Miranda Kellaway

Ecos del destino by Miranda Kellaway

autor:Miranda Kellaway
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ediciones B
publicado: 2012-05-15T04:00:00+00:00


Todos se pusieron en pie en medio de una ruidosa ovación. Suzanne Townsend apareció en el escenario junto a los demás actores al abrirse el telón del Drury Lane, inmensamente satisfecha por su aplastante éxito, segura de que al llegar a su camerino se encontraría con decenas de ramos de flores y admiradores por doquier.

Y no se equivocó. Recibió numerosas felicitaciones por su papel de lady Macbeth mientras recorría los pasillos del edificio, teniendo incluso que pedir a uno de los encargados de vestuario que la ayudara a deshacerse de ciertos caballeros que no paraban de atosigarla con sus adulaciones.

Al cerrar la puerta del cuartito donde por fin podría ponerse cómoda, respiró aliviada.

Pero no estaba sola. Un hombre la esperaba desde hacía quince minutos sentado en la pequeña butaca frente al tocador.

—Hola Malcolm —saludó ella al verle—. No sabía que habías venido.

—¿Y perderme tu actuación de esta noche? Ni muerto —respondió él levantándose y rodeándola con sus brazos.

—Recuerdo que una vez dijiste que el teatro te aburría, y que preferías tirar el dinero en una mesa de póker.

—Veo que conoces mis gustos —dijo lord Lennox—. Sin embargo hoy he sentido curiosidad. Has estado magnífica.

—Dime algo que no haya oído ya, querido. Eres pésimo para los halagos —se burló Suzanne.

Lennox la besó en los labios y en la garganta.

—¿Tienes siempre el cutis tan condenadamente suave? —preguntó con el rostro hundido en su cuello, inspirando su aroma.

—Eso intento. Una debe cuidarse con una profesión como esta. Además del talento, el aspecto cuenta mucho.

—La próxima semana daré una recepción en mi casa. ¿Vendrás?

—¿Cómo osas invitarme a tu guarida teniendo a tu esposa bajo el mismo techo, milord?

Malcolm rio.

—Oh, no te preocupes por Aline. Está en el campo. No ha querido acompañarme esta vez. Varios de mis amigos me rogaron que te persuadiera, y he hecho una cuantiosa apuesta. No querrás que pierda trescientas libras por tu causa...

—¿Apostaste trescientas libras a que acudiría a tu fiesta?

Lennox asintió.

—Pues vas a perderlas.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Un compromiso me impedirá complacerte.

—Oh, Susie... vamos, no seas mala.

—Nadie te mandó cometer esa estupidez.

—Este desaire no tendrá que ver con el imbécil de Parker, ¿verdad?

Suzanne titubeó antes de contestar. Las facciones del joven rostro del caballero se endurecieron, y este soltó un bufido.

—Cariño, no quiere aceptar que lo nuestro terminó, he de darle tiempo...

—Lleva siglos detrás de ti como un perro en celo, Su. ¿Crees que con un par de meses más siguiéndole la corriente lograrás quitártelo de encima?

—No te impacientes. Ha sido bueno conmigo, y no deseo herirle.

Malcolm le acarició la espalda y le susurró al oído:

—Eres una chica muy peligrosa, cielo. Las sirenas hunden barcos, tú hundes a los hombres.

Suzanne sonrió y replicó:

—Bueno, al menos no causo tantos estragos como ellas.

Lennox la calló con otro beso, abrazándola con fuerza. No se percataron que la puerta del camerino se había abierto, hasta que oyeron un sonoro carraspeo.

—¡Miles!

El vizconde les miraba enfurecido, apretando enérgicamente el ramo de lirios que portaba en la mano. Haciendo acopio de su impecable educación, dijo:

—Buenas noches.

—Vaya, Parker,



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